Sobre mí
Hace 42 años llegaba a la Tierra. El Sol, Venus y Marte moraban el grado medio de la constelación de Escorpio. La Luna estaba en Leo y Ascendía el Signo de Aries.
Alguien me dijo, pequeña aún, que mi llegada era expresión de vida y muerte. Que viviría siempre asociada al misterio de esta dual manifestación.
Crecí sintiendo que a donde fuera convocaba irremediablemente esta tensión, alegría y dolor, vida y muerte. Al hacerlo me preguntaba el "por que?". Con el el tiempo esa pregunta se transformaría en "para qué?"
Dentro mío percibí inexorable y siempre el latido de un volcán, una sensación de aguas viejas, una afinidad perturbadora con relatos femeninos sobre brujas, dráculas, hechizos y magias. Sin embargo por fuera me debatía entre aparcer y esconderme.
En un intento por desprenderme del conflicto emocional humano, y sobre todo de mis propios conflictos, estudie y me recibí de arquitecta. Aun así seguía buscando desesperada. Internamente la necesidad de un cambio crecía. Allí no terminaría mi busqueda.
Un invierno después de largos viajes y de más de 28 vueltas la maternidad irrumpió en mi vida ayudandome a reconocerme y por fin conectarme. Sombra y trasmutación. Se abrieron para siempre el cuerpo y el corazón. Se bajaron las primeras barreras y el agua por fín encontró cursos. Ya no quise ni pude seguir huyendo de mi misma. Miedos, locuras, desgarros, amores infinítos, bendecidas oportunidades, oscuridad y luz, todo eso y aún más. Todos sentires que llegaron a mi vida para quedarse y transformarme.
Así comenzó el camino, a veces me guiaban pasos firmes, otros tantos dudosos torpes y vacilantes. Pero una percepción genuina mantuvo el curso. La brújula del alma explotaba de intuición. El trabajo terapéutico caló hondo en mi, trabajar al servicio de profundizar sobre quienes somos, de meterse allí donde duele y donde se encuentra el antídoto para la cura. La vacación nació, o tal vez por primera vez le permití emerger.
La Puericultura y el acompañamiento de mujeres en la etapa de Crianza fueron los primeros y profundos pasos.
Luego de un tiempo la Astrología llego balsámica para poner palabras e integrar sensaciones, para hacerme sentir parte de un Orden Mayor y misterioso. El camino por fin se vislumbró, se sintió fuerte y apasionado.
Desde pequeña mire el Cielo con escondida fascinación, y por más cuna racional y atea en que me hayan criado, no me conforme jamás con la mera idea material de la existencia. Teníamos que ser parte de un Orden Superior. Tenía que revelarse un propósito más allá de la persecución de deseos.
Fuí dando pasos en la experiencia terapéutica. Acompañando a otros en sus procesos algo en mí encontraba sentido y cura. Con cada persona, con cada historia se abría aún más el cuerpo y el corazón, se juntaban las almas y me acercaba al ansiado sentido. Poco a poco, lenta y alquímica mi mirada se trasformaba, se disipaban nubes de miedos y mis ojos miraban dolor y veían amor. Ese era el ansiado antídoto, la punta de mi iceberg.
El amor que siento y comparto no es aquel que reasegura lugares propios y parciales, es aquel que desde la observación sin juicio abre la posibilidad para transmutarse y recrearse. Que no quiere evitar. Que busca la trascendencia en la experiencia de una síntesis que solo llega después de amar a todos y cada uno de los ángeles y demonios internos que nos habitan, que incluye y que por incluir aprende y sana.
Fui ampliando saberes. Siempre haciendo proceso propios para poder acompañar a otros a hacer los suyos.
Así llegaron a mi La Técnica de Decodificación de La Memoria Celular, La Sanación a través de la vibración de los Cuencos. Todos me acercan al alma humana, y no solo. Me ayudan a integrar el cuerpo, la energía y el espíritu.
Hoy sigo atendiendo y también enseñando lo que voy aprendiendo, logrando síntesis de mis herramientas, ampliándolas. Sintiendome siempre caminante de un camino, parte pequeña de un entramado, confiando sin cesar en la infinita capacidad y poder de ser humano de conocerse y transmutarse.