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El ascendente nos dice cual constelación estaba en el horizonte en el lugar donde nacimos en el instante exacto en que encarnamos. El Ascendente, por lo tanto, marca la materialización del Cielo en la Tierra. Es la forma, la manera en que la energía del Cielo (planetas en signos) se corporeizan en una experiencia en la Tierra. La presencia del Ascendente en nuestras vidas, su impronta energética es masiva, algo así como un tono constante, siempre presente, una vibración que forma parte de nuestro campo todo. El Ascendente así diseña el “dibujo de nuestro sistema de casas”, es decir se expresa en todas las áreas de nuestra experiencia.
Es el viaje al que la vida nos invita, o tal vez son el cúmulo de experiencias que elegimos para venir a aprender e equilibrarnos. Seguramente será una energía que nos provea de mucho aprendizaje, con la promesa de acceder a su maestría.
El ascendente es, al inicio de nuestras vidas y por un buen tiempo, una energía difícil de asumir para nuestra conciencia. A pesar de haber estado rodeados e impregnados de ella de diferentes maneras (desde el mismo momento en que llegamos al mundo).
En el Edad Media los astrólogos estudiaban los tipos de rostros en relación a los ascendentes. Pensemos, la cara es lo que el otro más ve de nosotros y lo que nosotros menos vemos de nosotros mismos. Nosotros vemos nuestras manos, nuestros brazos, la cara es el recuerdo de nuestra imagen reflejada en algún espejo, temporalmente. Esto simboliza mucho nuestra energía ascendente. La expresamos, la emanamos, esta en nuestro campo, pero muchas veces no la reconocemos como propia.
En general, la energía ascendente propone la necesidad de soltar algunas máscaras, algunas imágenes cristalizadas de nosotros mismos. Es decir algunos espejismos lunares-solares, y por sobre todo egoicos. Cuanto más cristalizadas y reducidas estén nuestras identificaciones, más complejo será el relacionarnos de manera fluida con esta energía que es tan nuestra.
El ascendente, entonces, es energía maestra, es una cualidad que portamos, pero que, para poder desplegarla, necesitamos experiencias y personas que nos la acerquen. Tanto las escenas, como los vínculos nos revelan una información estructural para descubrirnos en nuestra propia naturaleza.
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